A Italo Calvino,
en cualquier ciudad invisible que se encuentre recorriendo.
Kublai, el Gran Jan, no entendía por qué Marco Polo ―el experimentado viajero de Occidente― fracasaba al intentar describir la capital de la Nueva Provincia de Jaliscia. En los antiguos archivos de palacio la ciudad aparecía registrada oficialmente como GuadaZapoTlaqueTon pero sus habitantes la conocían con tantos nombres como urbes contenía dentro de sus lindes.
Así, Tapatiaque era el ruinoso casco central dividido por un olvidado río que ahora corría como cicatriz imposible de zanjar conteniendo a bandos irreconciliables de probos y pendencieros.
El distrito religioso, llamado Cristeroszia, caía bajo la tutela de un obtuso ministro de alto rango que se empecinaba en saturarlo de santuarios, capillas y ermitas destinadas a sacralizar a beatos fortuitos y a involuntarias doncellas.
Arcediana, monumento a la insensatez humana, era la fantasmagórica zona que daba cobijo a sedientos espectros que alguna vez bebieron su propia orina acopiada en la descomunal represa que llegó a reservar grandes volúmenes del líquido nauseabundo que en un tiempo derrocharon.
A su vez, Mariach y Tequilea eran los barrios tradicionales en donde hastiados músicos y taberneros viciosos distraían por igual a extraviados viajeros y a parroquianos desocupados entre sórdidas tonadas y querellas fatales.
El joven veneciano había intentado en varias ocasiones mirar a la lejanía el conjunto de torres, muros y callejas; probó también reparar en los detalles más imperceptibles que se ofrecían a sus acuciosos ojos; quiso aprehender el enérgico ritmo con que la vida transcurría en la metrópoli pero siempre fue en vano; una mezcla incomprensible de impresiones y sensaciones conmocionaban su entendimiento obnubilando sus capacidades descriptivas.
Así fue como decidió acudir a las crónicas más fantásticas, a los relatos menos verosímiles y a cuentos poco creíbles para finalmente descubrir lo que era un secreto a voces: las ciudades sobrepuestas en GuadaZapoTlaqueTon eran todas invivibles por tratarse de fragmentos inconexos de una sola trama incompleta.
―De manera que ¿la existencia en esta población es insufrible?― pregunta el Gran Jan. ―Así es, excelencia― repone el geógrafo europeo. Ocurre que ni la justicia, ni la sabiduría, ni la fortaleza custodian a esta ciudad.
Así, Tapatiaque era el ruinoso casco central dividido por un olvidado río que ahora corría como cicatriz imposible de zanjar conteniendo a bandos irreconciliables de probos y pendencieros.
El distrito religioso, llamado Cristeroszia, caía bajo la tutela de un obtuso ministro de alto rango que se empecinaba en saturarlo de santuarios, capillas y ermitas destinadas a sacralizar a beatos fortuitos y a involuntarias doncellas.
Arcediana, monumento a la insensatez humana, era la fantasmagórica zona que daba cobijo a sedientos espectros que alguna vez bebieron su propia orina acopiada en la descomunal represa que llegó a reservar grandes volúmenes del líquido nauseabundo que en un tiempo derrocharon.
A su vez, Mariach y Tequilea eran los barrios tradicionales en donde hastiados músicos y taberneros viciosos distraían por igual a extraviados viajeros y a parroquianos desocupados entre sórdidas tonadas y querellas fatales.
El joven veneciano había intentado en varias ocasiones mirar a la lejanía el conjunto de torres, muros y callejas; probó también reparar en los detalles más imperceptibles que se ofrecían a sus acuciosos ojos; quiso aprehender el enérgico ritmo con que la vida transcurría en la metrópoli pero siempre fue en vano; una mezcla incomprensible de impresiones y sensaciones conmocionaban su entendimiento obnubilando sus capacidades descriptivas.
Así fue como decidió acudir a las crónicas más fantásticas, a los relatos menos verosímiles y a cuentos poco creíbles para finalmente descubrir lo que era un secreto a voces: las ciudades sobrepuestas en GuadaZapoTlaqueTon eran todas invivibles por tratarse de fragmentos inconexos de una sola trama incompleta.
―De manera que ¿la existencia en esta población es insufrible?― pregunta el Gran Jan. ―Así es, excelencia― repone el geógrafo europeo. Ocurre que ni la justicia, ni la sabiduría, ni la fortaleza custodian a esta ciudad.

Parafraseando Messere Marco...
ResponderEliminarSignori re, duchi, marchesi, conti, cavalieri, dottori, urbanisti, architetti e politici, e tutta zente a cui dileta de saver le diverse zenerazion de zente e dei regnami del mondo e de cittade, tolé questo blog e fatelo lezer, e qui troverete tutte le grandisime meraveie e divesitade e infami stoltezze della grande Armenia, de Persia, Trataria e de Halizia e de molte altre provinzie...