Desde que tengo uso de razón, me apasiona el interés por explorar la naturaleza y descubrir por cuenta propia sus secretos. Tarde se me hacía para salir de la escuela y empezar la aventura de recorrer arroyos y ríos de aguas transparentes observando en su remanso: peces, ranas, ajolotes, acorazados insectos acuáticos y las libélulas, mal llamadas “caballitos del diablo”, que volaban o posaban estáticas entre los jarales, sin encontrar nunca semejanza alguna con Lucifer. Esos jarales cuyas hojas servían para restregarme el cuerpo, si decidía bañarme en una charca, como para sacar una buena vara para apurar a mi caballo en caso necesario. Libertad sin igual sentía al hacer galopar mi caballo y ver sus crines ondular con el sonido rítmico de sus cascos sobre el cascajo seco o las lozas de piedra que se extendían desde las afueras del rancho de “Las Animas”, hasta el potreo de mi abuelo paterno. Como todo niño de campo, tuve también mi resortera. Que satisfacción sentí cuando a los siete años logré atinarle por vez primera a una de las abundantes lagartijas de líneas verde-amarillo, que veloces corrían en tiempos de lluvia en el pastizal zacatecano. Al colocar el ojillo de la rienda en la cabeza de la silla menguó el paso del caballo, recargue mi resortera, antes de llegar donde tres lagartijas estaban asoleándose, de pronto espantadas y ligeras empezaron a correr, seguí el rápido recorrido de una de ellas, al liberar la tensión de los hules, el proyectil lanzado la hizo volcar panza arriba y la volvió pecho tierra, alcanzando una madriguera de piedras. Aliado de mis travesuras era ese caballo prieto de baja de alzada y crines abundantes. Sin medir el peligro, siempre husmeaba entre huizaches y nopales buscando nidos de pájaros, aprovechando que éramos “uno” mi caballo y yo. Era una adicción descubrir de qué pájaro era ese, este o aquel nido, siendo en su mayoría de aquellos que siempre veía en el potrero, pero deseaba encontrar de los otros pájaros, de aquellos que solo veía por cortas temporadas, sin saber entonces que se trataban de pájaros migratorios. Un mal día fue aquel que mate a lo que se parecía a un zenzontle, montado en el caballo, arriando las vacas de pronto descubro entre las pencas de nopal un nido, ahí estaba sin moverse el ave viéndome a los ojos, de pronto sale y se posa ante mí para exhibirse y recibir el mortal disparo de mi resortera, sentí jubilo al atinarle, cayó al suelo mal herido, lo agarre pero su vida en un instante se escapo de mis manos, su cuerpo seguía caliente pero su cabeza estaba flácida. Me sentí un demonio de chamaco, me enoje conmigo mismo y llore por haber hecho eso. Trate de subirlo a su nido como si con eso aliviará mi conciencia, fue peor al descubrir los huevos que estaba incubando, ahí lo deje con el pico colgando, mientras me alejaba seguía llorando de rabia contra mí, golpeé mis manos contra la cabeza de la silla y con ello estaba también destruyendo mi resortera. Me prometí que nunca más haría eso.
Sentado ya no en un pupitre, sino en una silla individual, tomaba mis primeras clases de biología, di un brinco de la niñez a la pubertad. Mi maestro de biología extraordinario en sus clases habría de inspirarme en lo que sería un sueño ser biólogo, me vi como él, en esa diapositiva donde el aparecía con su visor en el mar agarrando una tortuga marina. Sueño cumplido no solo biólogo, sino buzo certificado, y de pronto un giro del mar a la montaña. Estaba en puerta un gran proyecto de conservación, una sierra llena de secretos por descubrir y nuevos aprendizajes, ante mi estaba el mejor libro de ecología y de estudios naturistas. Muchos miedos vencidos ante lo desconocido. Nuevas aspiraciones y sueños ser interprete ambiental traducir el lenguaje de la naturaleza para tocar el corazón y la mente de niños, jóvenes y adultos. Un nuevo sueño logrado ser educador ambiental, nuevos aprendizajes, cambios de actitud y de comportamientos, enseñar a otros con el ejemplo. Nuevos retos en puerta aprender amar el patrimonio natural y cultural, despertar y provocar el mismo interés que guardo por descubrir los secretos de la naturaleza y compartirlo con quienes convivo y me relaciono día a día. Me interesa el comportamiento humano, y trato de encontrar un nuevo camino, tal vez una ética capaz de establecer una nueva relación entre hombre y la naturaleza.
Sentado ya no en un pupitre, sino en una silla individual, tomaba mis primeras clases de biología, di un brinco de la niñez a la pubertad. Mi maestro de biología extraordinario en sus clases habría de inspirarme en lo que sería un sueño ser biólogo, me vi como él, en esa diapositiva donde el aparecía con su visor en el mar agarrando una tortuga marina. Sueño cumplido no solo biólogo, sino buzo certificado, y de pronto un giro del mar a la montaña. Estaba en puerta un gran proyecto de conservación, una sierra llena de secretos por descubrir y nuevos aprendizajes, ante mi estaba el mejor libro de ecología y de estudios naturistas. Muchos miedos vencidos ante lo desconocido. Nuevas aspiraciones y sueños ser interprete ambiental traducir el lenguaje de la naturaleza para tocar el corazón y la mente de niños, jóvenes y adultos. Un nuevo sueño logrado ser educador ambiental, nuevos aprendizajes, cambios de actitud y de comportamientos, enseñar a otros con el ejemplo. Nuevos retos en puerta aprender amar el patrimonio natural y cultural, despertar y provocar el mismo interés que guardo por descubrir los secretos de la naturaleza y compartirlo con quienes convivo y me relaciono día a día. Me interesa el comportamiento humano, y trato de encontrar un nuevo camino, tal vez una ética capaz de establecer una nueva relación entre hombre y la naturaleza.

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